martes, 9 de septiembre de 2008

Galeria de Fotos de Nuestro Tuxpan Antiguo



















































Leyenda del Señor de la Salud ("El Señor del Hospital")


EL SEÑOR DE LA SALUD.

Esta santa imagen venerada con tradición reiterada de generaciones, tuvo un piadoso origen y que desde su presencia en este lugar hizo patente su milagrosa obra de singular protección, obra suya que no ha muerto, pues lleva ya imperecederos cuatro siglos y medio en que ha venido compartiendo la vida humana y espiritual con el pueblo donde él ha querido permanecer.

Con sus yertos y entornados ojos ha visto pasar muchas generaciones; ha gozado y sufrido con nosotros. Bien puede contar sin lagunas la historia de este pueblo de Santiago Tuxpan, sus procesos, evoluciones, el rodar de los años y de la existencia intima de cada uno de nosotros y de cuantos antes que nosotros se postraron a sus plantas para llevarle tantos homenajes de veneración, tantas ofrendas como exvotos por sus milagros, tantas lagrimas por el dolor, tantas plegarias para implorar su protección, tantas alegrías por sus favores.

La Presencia de este Cristo Milagroso en Nuestro templo incrusta en la vida Católica del vecindario en tanto sonó en el Valle la Palabra Evangelio. Llego con el dolor de un pueblo que moría flagelado por la peste variolosa. No llego como escultura, sino estampado en colores sobre el muro del fondo de la modesta capilla de adobe que en 1535 mando construir a su paso por este lugar el conquistador D. Hernán Cortes, encargando la obra ampliada con hospital al cacique de Taximaroa Buenaventura “BICHA” quien, a su vez puso al encargo del trabajo al cacique de Tuxpan en ese entonces, Andres “CHUFINI”. Esta primitiva construcción estuvo en el antiguo pueblo indígena ubicado en la falda del cerro de “La Víbora”. En este lugar nació el santo Cristo con el nombre de El Señor de la Salud cuyo primer milagro fue detener la peste.

La Imagen del Crucificado.

En el Año de 1545, visitando pastoralmente al humilde poblado de paso para Zitacuaro don Vasco de Quiroga, se encontró con el doloroso cuadro de un pueblo nuevamente enfermo y descuidado, donde el hospital carecía de muchas cosas para aliviar los padecimientos de los indios.

En su celo apostólico determino mejorar este hospital, ordenando la ampliación del mismo bajo el reglamento de sus famosos estatutos hospitalarios, y careciendo como carecía de imágenes, ofreció mandar a su regreso a Tzintzuntzan do de ellas, de aquellas que él había enseñado a fabricar a los indios. Sus oportunas disposiciones mejoraron los servicios del hospital al que él llamo la Inmaculada Concepción.

A su debido tiempo llegaron dos imágenes, una del santo Cristo y otra de la Inmaculada Concepción, pero ya estas fueron colocadas en un hospital completamente remozado. El Santo Cristo siguió llamándose el Señor de la Salud. Había sido labrado en un tronco de madera de un árbol que se conocía con el nombre de Ayacuarano. Tal imagen, venerada desde un principio por sus patentes milagros, llego a este lugar en 1546, para entonces don Juan Velásquez de Slalazar primer colono de Tuxpan y a la vez encomendero de Taximaroa, habia hecho levantar en su Estancia de Santa Catarina, que había comprado a la noble india doña Inés Zatzintzi, una buena capilla para el servicio religiosos que ya oficiaban los religiosos franciscanos.

El Señor de la Salud paso a ocupar un sitio en esta capilla, mientras la pintura original siguió siendo también objeto de culto en el Hospital que había mandado mejor Don Vasco de Quiroga.

…Pasaron 52 años de la presencia de la bendita imagen del Señor de la Salud en la capilla de Santa Catarina. En 1598, al nacer el nuevo pueblo, el de hoy, surgió otra capilla en él con su correspondiente hospital frente al Jardín del lugar, lado sur. Esta capilla fue utilizada como templo parroquial en tanto eran fabricados el convento y la Iglesia Actual. A este lugar fueron traídas las imágenes del Santo Cristo y de la Inmaculada Concepción. A este hospital dio en llamársele de la Santaveracruz u Hospital de los Indios.

La veneración ahora del Señor de la Salud tomo auges insospechados motivos los grandes milagros por él obrados, dándosele un culto muy solemne. Varios obispos oficiaron y confirmaron en esta capilla por haber sido entonces la sede parroquial

El convento fue terminado en 1606, el templo hasta 1709. En tanto la capilla del Señor de la Salud siguió utilizándose como templo parroquial donde el Señor de la Salud seguía recibiendo la veneración cada día mas solemne y estruendosa, pues su obra milagrera había corrido fama hasta por regiones muy retiradas de Tuxpan. Las romerías eran constantes por parte de la raza indígena.

Nadie sospechaba cuanto iba a acontecer con esta divina imagen, aunque se veía con tristeza como la acción del tiempo la iba destruyendo a pesar de que el ayacueramo es una madera resistente y no tolera la presencia de la polilla o de cualquier otro insecto destructor



El Supremo Milagro

La fabricación del templo había sido terminada en el año de 1709. El hospital de la Inmaculada Concepción seguía ofrendo sus servicios aunque ya menos eficaces. Allí, arrinconado como cosa inútil se encontraba la imagen del Señor de la Salud. El tiempo lo había deteriorado y sus presencia ya no inspiraba aquella devoción que durante un espacio de 285 años se le había tenido.

Sin embargo no pocos devotos insistían con el señor cura de entonces, el Bachiller José Ma. Pareda y Dezimovilla para que se mandara restaurar la bendita imagen por considerarse reliquia sagrada y que fuera reanudado su culto con todo el esplendor antiguo. El párroco, bien por deficiencias económicas, bien por la espera de una mañana, pero en realidad con la sana intención de mandar esculpir otra imagen semejante a la envidia por don Vasco de Quiroga, dejo pasar el tiempo, años, dando variadas escuezas a los solicitantes.

Así llego el año de 1834. Era celebrada en el pueblo la feria del Carnaval. El martes, 13 de febrero de este año, el señor cura Dezimovilla, sintiéndose enfermo con anterioridad había renunciado a la parroquia y en tal día la estaba entregando a su sucesor, el señor cura Bachiller D. José Ma. Gómez. Ambos habían visitado la capilla y el hospital como parte de la entrega ese día por la mañana, habiendo quedado de acuerdo ambos que la imagen del Señor de la Salud fuera definitivamente retirada del culto, por lo que dispusieron que fuera quemada para utilizar sus cenizas en la imposición de éstas otro día, miércoles 14 de febrero, primer día de Cuaresma.

Secretamente en ese mismo día y para no crearse problemas ni molestas protestas por parte del vecindario, mandaron al sacristán a que quemara la bendita imagen. Ambos sacerdotes y otros que a la sazón se encontraban en el lugar, unos de paso y otros de visita mas el Vicario, hacían la sobremesa después de la comida del medio día cuando llego el sacristán todo azorado, vivamente emocionado con la milagrosa noticia: El Señor de la Salud, arrumbado entre cosas viejas que iba a ser quemado, estaba, por obra de milagro, totalmente restaurado, tal como había salido de las manos de los indios que lo esculpieron.

Todos fueron a confirmar el hecho, encontrándose con el prodigio el Señor de la Salud no había querido desaparecer de Tuxpan ni dejar de ser objeto de ese culto vivo y solemne de que hasta entontes había sido el caro regalo de un santo prelado, no solo en su capilla el hospital, sino en todos los hogares de la parroquia.

El traslado

La conmoción ante el divino milagro hizo caer de rodillas a los presentes, bañados en llanto. Ardor de fe y reconocimiento quemaron sus corazones. Dios estaba allí, milagroso, con todo el portento de su poder divino, con toda la plenitud de su manifiesta voluntad que impidió el desacato. Había llegado Tuxpan en tiempo de dolor, pero no quiso soportar el de ser destruido inconsiderablemente.

En aquella hora, las tres y media de la tarde, se ordeno un repique a vuelo. El vecindario, curioso y alamar do, acudió a la Iglesia. Allí fueron todos informados del grande e insólito milagro, volcándose todo el hospital. El pueblo casi quedo solo al cundir la noticia y el clamor de la alabanza y el llanto contagioso escapado sin sentir hasta en los corazones mas duros, se unieron al sonar interminable de las campañas.

Se dispuso el traslado de la divina imagen hacia el templo, fue organizada solemne procesión con velas encendidas, ramos de flores y ramajes, música y cohetes y plegarias. El señor cura Gómez debía esperar en la puerta mayor de la Iglesia revestido con capa pluvial, asistido por acólitos con cireales, incienso y agua bendita. El organista estaba preparado para recibir al Señor de la Salud con melodías religiosas adecuadas. La procesión fue solemnísima, paciente, tarda. Mucha gente iba de rodillas. Así llegaron al templo. El señor cura Gómez tenia entre sus manos la custodia con el Santísimo, bajo palio.

Con semejantes honores, con unciosa solemnidad, conmoción y llanto mezclado con gritos, plegarias, cantos, alabanzas, llego el Señor a la Iglesia para ser colocado en el camarín, sitio que hasta entonces estaba ocupado por el Señor Santiago, el patrono de la parroquia.

Hubo Rosario solemne con exposición del Santísimo y bendición al final. En su sermón, el señor cura de Pereda y Dezimovilla con llanto en los ojos confeso ante el pueblo lo que él llamo gran pecado: “Yo, hijos míos, lo había mandado quemar para imponer mañana la ceniza”.

La Festividad

Seis días después de los hechos ocurridos, el 19 de febrero de 1834, el señor cura D. José Ma. Gómez hizo llegar a Valladolid, ya Morelia, una petición al Ilmo. Señor Obispo D. Juan Cayetano de Portugal, para que concediera permiso de una celebración anual, solemne función religiosa con misa de rito mayor, homilía y exposición del Santísimo con bendición durante el Rosario vespertino, cada Martes de Carnaval.

La respuesta no se hizo esperar, pues el prodigio había tenido difusión y alcances insospechables, así el 3 de marzo del mismo año de 1834 Monseñor Portugal concedió todos los permisos en forma provisional, otorgando el derecho a ganar 200 días de indulgencia a cuentas personas en cualquier día y hora visitaran al Señor de la Salud, debiéndose, además, exponer al Santísimo durante tres días consecutivos en su festividad: domingo, lunes y martes.

Dos años después, el 08 de marzo de 1836, el señor Portugal hizo una visita a la parroquia y conmovido ante la presencia milagrosa de aquel Cristo que él había visto tan destruido en su visita de octubre de 1833 y por lo que había reprendido al señor cura Dezimovilla por no atender las peticiones de quienes solicitaban la restauración de la destruida imagen.

Así, pues, el 08 de marzo de 1836 dejo asentado en el libro de Providencias numero 2 del archivo parroquial de Santiago Tuxpan, que la fiesta del Señor del Hospital, desde entonces llamado así por el mismo prelado, quedara establecida para siempre cada Martes de Carnaval, Aniversario del prodigio, festividad que tendría los mismos ritos que él había concedido en forma provisional.

El Culto

No hay ponderación, esa fue a realidad. El culto al Señor del Hospital nación de un milagro sin precedente. Allí estaba, yerto y sangrante, obrando prodigios a millares, según los exvotos que año con año cubrían su cendal

La devoción al Señor del Hospital se extendió por toda la marca y lejos de ella, sobre todo entre la razón indígena, que año con año en verdaderas caravanas acudían a su fiesta trayéndole su música, sus alabanzas y sus danzas enriquecidas con multitud de ofrendas. Siempre llegaban la víspera, porque en tal día la santa imagen era bajada del camarín para ser bañada. Los naturales recogían el agua de ese baño en aforas o botellas para llevársela como medicina, enjutaban el cuerpo con algodones para hacer con ellos reliquias que siempre llevaban colgadas al cuello. No faltaba cada año una mujer que cediera su cabellera, en un acto de promesa, para cubrir la cabeza del Señor.

Como en Araro y Chalma, Tuxpan tuvo resonancia por la maravilla de su Cristo. Sus fiestas, año con año, eran faustuosos acontecimientos, fue integrada una Cofradía del Señor del Hospital que tuvo algunos bienes para su culto. El Ilmo. señor Arzobispo D. Ignacio Arciga, enriqueció esta cofradía otorgándole el derecho de ganar a sus socios y todos los fieles, otros 80 días de indulgencia al visitar la bendita imagen a la que se le debia de rezar un Padre nuestro y una Ave Maria.

Ceras, limosnas y flores hacían mas impresionante el desfile de los romeros. Cada martes del año se le oficiaba una misa. La fiesta del Carnaval en Tuxpan, ya en su origen tradicional desde los tiempos de la Colonia, tomo su cauce como Feria Anual, pues el concurso de los remeros era tan numeroso, que la necesidad del comercio atrajo vendedores de todo genero, a ellos siguieron los atractivos y la fiesta del Carnaval quedo para siempre establecida en forma civil.

Las leyes de Reforma, a partir de 1862, prohibieron en México el culto externo o publico. Los romeros que acudían a venerar al Señor del Hospital emperlaron a sufrir represiones, de allí partió cierto enfriamiento hasta terminar con la ausencia de peregrinos, muriendo así la gran solemnidad del Día del Señor del Hospital.

Milagros del Señor de la Salud

En 1546 cundió por toda la Nueva Espala un mal extraño, una peste devastadora que asolo a los habitantes del país, habiendo muerto mas de dos millones de personas, especialmente indígenas. Tuxpan, ya con su nuevo Cristo del Señor de la Salud, fue clamado y sacado en procesión por las calles del viejo pueblo. El Señor tuvo piedad de su pueblo, pues dentro de él y sus alrededores nadie murió, toda una manifestación singular de su primer milagro como imagen. A esta espantosa epidemia se le llamo por los indios Matlazehuatl.

En 1577 reincidió por tercera vez la tremenda peste de la viruela, que desde 1535 y en una segunda ocasión se llevo a mas de tres millones de indígenas. Durante los tres meses que duro la peste los habitantes de Tuxpan sacaban al Señor de la Salud en procesión por las calles y campos, haciéndole ofrendas de penitencia y cantando salmos y alabanzas. Nuevamente el prodigio quedo palpable, pues aunque hubo muchos enfermos, nadie murió.

En 1606 aparecieron a la vez dos grandes epidemias mortales: la del famoso Cocoliztli (tifo) que dejo los pueblos de indígenas casi vacíos; y una enfermedad desconocida que acabo con toda clase de animales domésticos. Para contener ambos males, los feligreses de Tuxpan acudieron, como otras veces, al Señor de la Salud con el clamor dolorido de almas angustiadas. Respondiendo el Señor a tan fervientes suplicas, solo permitió que contadas victimas entre personas y animales muriera de estas pestes.

En 1785, por interminable seguía de dos o tres años, toda la Mesa Central de la nueva España se vio asedada por una hambre terrible a la que se le llamo “El Hambre Gorda”, por haber durado tres años durante los cuales hizo millares y mas millares de victimas. Gobernaba la Diócesis de Valladolid el Ilmo. Sr. Obispo Fr. Antonio de San Miguel quien con heroico celo de caridad recorrió todo el obispado para llevar consuelo y alimento. El Señor de la Salud, honrado y clamado con fervor, fe y confianza, no permitió que en Tuxpan escasearan los alimentos y si alentado la caridad de sus habitantes para tender la mano en auxilio de los necesitados en otros lugares comarcanos. Al final del “Hambre Gorda” se vino la viruela y nuevamente el Señor de la Salud protegió a su pueblo donde solo hubo enfermos, pero no mortandad…

En el silencio de su abandono, ya como imagen inútil, en el mes de Agosto de 1833 azoto a la Nueva Espala la terrible peste del Cólera Morbos, enfermedad espantosa que en un solo día en todo el oriente de Michoacán se llevo a mil quinientas personas. En la parroquia de Tuxpan, todos del rancho y entre los meses de agosto a diciembre de ese año perecieron 125 personas, en el pueblo únicamente hubo afectados para la enfermedad. Todo un portento sin pedirlo, sin clamarlo en forma solemne, únicamente implorado por los devotos que quedaban del Señor de la Salud. Como si este prodigio fuera un reclamo del Señor por el olvido en que ya casi se le tenia, se apresuro a hacer su propia restauración para que los corazones se inflaran en un santo amor y nueva fervorosa veneración, pues durante los meses de enero y febrero de 1834 el cólera se recrudeció causando mayor mortandad en toda la nación. Los fieles de Tuxpan, ardientes de fe por el reciente milagro del Martes de Carnaval, se volcaron en ruegos y plegarias al Señor del Hospital y la divina imagen obro el singular portento de que en toda la parroquia solo una niña y un niño enfermaran y muriera, asegurándose que no fue precisamente el cólera quien les ocasiono la muerte.

Durante la Semana Santa del año de 1866, ya en agonía la intervención francesa, merodeaba por la región el famoso guerrillero conservador Jesús García, apodado “El Ranchero”, hombre cruel, nefasto, ladrón, asesino cuya gente que militaba a sus ordenes entraba a los pueblos a saquear, incendiar y violar mujeres. Tantos temores corrían tan solo al tener noticia de que se acercaba a un lugar, que la gente, amedrentada, abandonaba sus hogares para refugiarse en algún lugar seguro, particularmente las mujeres, que eran el mayor objeto de la codicia de los asaltantes.

El Viernes Santo de tal año se encaminaba la procesión del Via Cursis o Tres Caídas, por la calle de la Amargura, hoy Guerrero, hacia la capilla del Calvario que se levantaba al final de la calle en terrenos de lo que fue la Huerta Grande.

Acababan de llegar cuando alguien trajo la noticia de que “El Ranchero” con sus fieras de soldados estaba entrando al pueblo por el Puente Pueblito. La alarma cundió provocando un espanto general que motivo el movimiento de una violenta escapada como ovejas al pastor. El señor cura D. Domingo Rojas que ya estaba en un improvisado pulpito para pronunciar el sermón de las Siete Palabras, como voz estruendosa detuvo al pueblo diciendo: ¿A dónde vais, hijos míos?, Un hombre malvado se acerca, ya esta sobre nosotros, viene a interrumpir nuestro recogimiento y nos amenaza con la muerte, el robo y el deshonor de vuestras mujeres e hijas, pero … ¿acaso habéis olvidado que estamos en presencia de Jesús Crucificado, de esta bendita imagen, santa y milagrosa del Señor del Hospital (era sacado entonces en esta procesión dolorosa) que nos protege y ampara con sus brazos abiertos en la cruz? ¡Deteneos y postraros a sus divinas plantas!

Y como si todos hubiesen concebido el mismo pensamiento, al postrarse de rodillas, vibrante, sonoro, desgarrador, imprecato, resonó un canto:

Jesucristo, aplaca tú tu ira,
tu justicia y tu rigor,
y por tu preciosa sangre
¡Misericordia, Señor!

El Señor del Hospital dio la inmediata respuesta: “El Ranchero” hizo alto en el Jardin local, sintió algo desusado en el como después lo platicaba y dando vuelta a su caballo ordeno a soldados que lo siguieran para salir pacíficamente del pueblo por el mismo lugar por donde habían entrado.

En ese mismo instante, una niña vestida de ángel que iba sobre las andas ofreciendo al Señor un cáliz, vio y también el señor cura Rojas y cuantas personas estaban cerca de la imagen, como de la raíz del pelo de la frente del Señor de deslizaba una gota fresca de sangre, resbalando hasta detenerse casi en la punta de la nariz.

Un hecho portentoso que fue perfectamente certificado por todos los presentes y cuya relación fue conservada y referida por la niña, ya hecha mujer. La divina imagen, hace pocos años, fue mandada retocar, perdiéndose toda originalidad de ambos milagros, su restauración del Martes de Carnaval y la gota de sangre aquel Viernes Santo de 1866.

Otros milagros, incontables, íntimos y muy personales, se refieren a cientos por generaciones, por todos han quedado en el silencio de las almas y en la continuidad de una devoción que tiene de nuevamente a acrecentarse.



lunes, 7 de julio de 2008

Nota de Miguel Carrillo "Pinocho"

Nota Proporcionada por la Direccion de Comunicacion Social del Municipio de Tuxpan


CONCLUYEN LOS FESTEJOS POR CEL CENTENARIO DEL NATALICIO DE MIGUEL CARRILLO AYALA "PINOCHO" CAPITAN PRIMERO PILOTO AVIADOR

Tuxpan Mich, a 7 de julio de 2008.- Con éxito se llevan a cabo las actividades de la conmemoración del centenario del Capitán Primero Piloto Aviador a quien los tuxpenses recordaron el pasado domingo.

El día comenzó con la inauguración de la exposición fotográfica que el sindico Juan Ortiz Mejía hizo a nombre del presidente. Esta se instaló en el patio del templo de Santiago Apóstol del municipio. En esta exposición se colocaron fotografías recreando aquellos aNos en donde aquel avión construido con la maquina de un motor ford 34 y dos palos de oyamel volara por los aires del oriente y el estado de México. Se colocaron fotos de la ruta de sus vuelos, de sus aterrizajes y recibimientos tanto en Tuxpan como en Zitacuaro y de la gente que siempre lo apoyó, su biografía también fue exhibida así como cartas enviadas por sus familiares para los tuxpenses.

Estuvieron presentes también los Regidores del Ayuntamiento, algunos directores y funcionarios, el Ing.. Arturo Martínez Nateras Expresidente del municipio, y en representación de la familia Zepeda el seNor Octavio Zepeda.

En sus palabras el sindico dijo fue una satisfacción muy grande estar en ese momento recordando a un grande personaje de quien los tuxpense se siente ya que para algunos era un personaje desconocido y que ahora se sabe de sus historias es un emérito Tuxpense.

El Ing. Arturo Martínez hablo un poco sobre la exposición, el material que se reunió y las personas que colaboraron para que se llevará a cabo tal exposición. Por ultimo mencionó que donde no hay historia no hay presente ni futuro, es por tal motivo que se alla recordado a Miguel Carrillo Ayala.

El día seguía su curso y a las 5 de la tarde ya se encontraban reunidos en el palacio municipal los invitados para realizar la Sesión Solemne donde también se develaría la placa. Reunidos el presidente municipal, regidores, expresidentes, encargados del orden e invitados especiales, en sala de Cabildo comenzaron las palabras del presidente quién agradeció antes que nada al Ing. Arturo Martínez Nateras el haber sido el principal gestor para que se conmemorara tal fecha. Preguntó a los presentes si sabían quién había sido Miguel Carrillo Ayala, no solo aquel personaje quien adoptó el nombre de "Pinocho" sino aquel que voló con el pensamiento y físicamente que logró conquistar espacios e hizo algo inalcanzable que no cualquier hubiera logrado, esto con esfuerzo y gran sacrificio. En su memoria solicitó se dedicara 1 minuto de silencio al tuxpenses que sobresaliera con semejante logro.

Continuando con el programa los invitados se trasladaron al descanso de las escaleras en la parte izquierda del palacio municipal donde se encontraba ya colocada la placa que sería develada. Ay el presidente recorrió las cortinas y entonces los presentes aplaudieron gustosos de esta nueva colocación que honra al pueblo de Tuxpan Michoacán.

Terminando la develaciOn se ofreció un brindis para los invitados para posteriormente reunirse en el Templo de Santiago Apóstol en donde la Sinfónica de Acapulco hizo presencia por primera vez en el municipio. Entonces comenzó el concierto pasadas las 8 de la noche para lo cual el Templo ya se encontraba abarrotado de gente que esperó con gusto para deleitarse de este bonito y placentero concierto que duro alrededor de una hora y media donde se tocaron temas populares, polkas, . Al final de manos del presidente se les hizo entrega de un sencillo reconocimiento el cual dijo el presidente "No se compara con lo grandes que son ellos y talentosos" Este concierto para el publico presente fue de gran satisfacción y ademas también para el director de la Orquesta el maestro Eduardo Alvarez quién se veía contento con el publico asistente y ademas dijo con gusto regresarían a Tuxpan.

Para concluir el día se ofreció una cena a los integrantes de la sinfónica e invitados quienes disfrutaron de una charla amena.




Leyendas

Informacion Extraida de la Monografia de Tuxpan, Michoacan, Disculpenos si hay errores de ortografia u otro tipo :)

“EL PUENTE DE EL MAYORAL” (Leyendas)

Leyendas del siglo XVIII

El 19 de diciembre de 1727, la señora Condesa de Miravalle, entró en posesión de los bienes libres heredados de su madre doña Antonia Francisca de Orozco. Al hacerlo así tomó las disposiciones necesarias para mejorar sus residencias para los días en que buscando el descanso, resolviera venir, ya fuera desde Compostela o México, a pasar en Tuxpan algunas temporadas.

Entre las disposiciones tomadas, dado que con frecuencia se tenía que emplear el Camino Real rumbo a Valladolid, Guadalajara y Compostela, ordenó la construcción de un puente más arriba del que había hecho construir su abuelo el Sr. Capitán D. Manuel de Orozco Tovar cuando los frailes que aliñaron el viejo pueblo, tenían necesidad de aquel puente para dar la ampliación al camino que para carretas y diligencias dispuso el señor virrey de Mendoza.

Este puente de origen romano, con sus arcos y su combada bóveda, fue lo que hasta 1950 fue conocido con el nombre de Puente Viejo, ya muy destruido, colocado en sitio umbroso y sobre la precipitada corriente del río que en riadas atronadoras se estrellaban las aguas del río contra los peñascos negros y lustrosos. Una calzada llevaba desde la Estancia hasta la base del cerro para entroncarse con el camino real.

Durante la construcción de ese puente tuvieron lugar los hechos que dan forma a la leyenda de El Puente de El Mayorai. Estaban al servicio de la Condesa dos personas, mujer y hombre, entre otras muchas: una india purísima y bella, ejemplar de su raza, llamada María Urápite, quien sólo tenía por familia a un indio más que nonagenario, que vivía solitario en un lugar del antiguo Tupa; el otro servicial era un garrido mozo de unos 20 años, mestizo de india y español, que había robado a su padre con la hermosa presencia física, el azul de los ojos y el rubio de sus cabellos. La primera, María, de 17 años, aparte del servicio doméstico en la finca, cada vez que la Condesa venía a la Estancia, se convertía en la persona de confianza para sus atenciones íntimas; en cuanto a Hernando, Hernando Orozco, el garrido muchacho, era el Mayoral, empleo que lo ponía al cuidado de todo el ganado de la hacienda que generalmente estaba confinado en el Agostadero, hoy Agostitlán.

Con el trato común, pues Hernando sin familia alguna vivía en la Estancia, nació entre María y él un romance inocente de purísimos amores, ‘amores que el viejo Santiago Urápite aprobaba, ya que aparte de ser muy recomendable el pretendiente de su nieta, llevaba él en el alma la angustia de morir el más inesperado día dejando sin abrigo conveniente a la dulce María, el encanto de sus ojos y el sostén de su vejez, y nadie mejor que el honradote Hernando podría prodigarle la protección y el cuidado que el viejo anhelaba para su “pequeña” —como él la llamaba.

Así las cosas, Hernando empezó a notar que era objeto de privadas atenciones por parte de la Condesa, de ciertas insinuaciones provocativas, de un vivo interés por recibirlo a solas en su despacho. El prenuncio de una maladada inclinación hacia su persona, Hernando la empezó a intuir cuando la poderosa mujer no soslayaba sus ardientes miradas y sus palabras poco honestas, obligándolo a huir de ella mientras más podía.

Pensando la Condesa en la postura del joven, dio en cavilar hasta encontrar los motivos: Hernando tenía novia —no cabía duda—, y esa novia era su fiel criada María Urápite. Se propuso descubrirlo para confirmar su sospecha, pues el celo, su orgullo de mujer, el desaire, empezaron a corroer su alma.

Un día en que María le hacía el tocado a su ama a solas en la recámara de ésta, con exquisita prudencia y con sentimientos melosos la Condesa entabló el siguiente diálogo:

—A propósito de la vida, hija, a tu edad me parece que ya es tiempo en que pienses casarte, en formar un hogar. ¿Ya tienes novio?

La sonrojada india, creyéndose descubierta, respetuosa y a la vez amilanada, sobrecogida de improviso, titubeó sin dar respuesta, cosa que era una verdadera confesión para la aguda dama ya tan entendida en amores. Presionó.

—Anda —continuó la celosa mujer. Cuéntame. ¿Qué pasa en tu alma, qué sientes en tu corazón cuando el color sube a tus encantadoras mejillas? No tengas miedo en confiarme las intimidades de tu alma. Tú no tienes madre, yo quiero ser ella para que me confíes tus secretos. ¿Quién es el feliz hombre que te tiene enamorada, que te ha robado ese corazón tan puro, sencillo que irradia perfume de virtud?

—Señora, ama mía.

—Anda, deja de peinarme. Colócate frente a mí, quiero mirar en tu rostro, en el fondo de esos tan bellos ojos la pasión que te tiene rendida. Habla, no te pasará nada. Es más, si de verdad ya has pensado en casarte, aunque lo sentiré mucho que te vayas de mi lado, yo te prometo regalarte el vestido de bodas. Anda, dime, ¿quién es él?

Y al preguntar esto acariciaba la barbilla de María, le alisaba el cabello. Con aquellas caricias se inflamó el corazón de la inocente india, que se perdía en un placer que le dejaba la mano perfumada y suave de su ama y el febril recuerdo ilusionado que hacía palpitar su corazón, pensando en su Hernando. Al fin habló.

—Es Hernando, señora, Hernando su Mayoral.

—Ya me lo figuraba, mi tortolita. Te felicito por tu elección. Es un buen muchacho, se merecen ambos. Ven, acércate, dame un abrazo.

Toda cohibida, María se aproximó a su ama y se arrojó entre los brazos que ella le tendía, descansando su cabeza en el pecho de aquella soberbia mujer, que mojó con lágrimas de felicidad. Pero María lo pudo ver el torvo gesto de la dama, la ira reflejada en sus ojos y en lo apretado de sus labios. María lloraba, la Condesa admitía en su alma negra la resolución de impedir aquellos amores para vengarse del desdeñoso Hernando a quien de inmediato hizo venir a su despacho por conducto de la misma María, que radiante de felicidad fue a contárselo todo a su guapo novio.
Ya en presencia de ella, con sobresalto y timidez, el Mayoral se dispuso a escuchar a su ama, quien le mandó sentarse frente a ella, hecho inusitado que acabó por hacer temblar sus almas pues bien colegía la mirada sensual con que lo estaba mirando aquella mujer.

—En adelante —empezó ella— pondré a tus órdenes un auxiliar para tu trabajo. Yo necesito tu presencia en casa “día y noche”, sobre todo en la noche, en que bien me hace falta la compañía de un hombre como tú.

—Eso no puede ser, y perdóneme que se lo diga, mi señora ama —dijo Hernando poniéndose de pie—. Mía es la responsabilidad de su hacienda y no quiero dejar en manos ajenas, tal vez irresponsables, el cuidado de sus ganados.

—¡Pues yo lo quiero y lo mando! —gritó descontrolada la fácil iracunda dama, dando un fuerte golpe sobre la mesa de su escritorio.

—Pues en tal caso, perdóneme, renuncio desde este momento a mi trabajo.

—Tampoco lo hagas, o te atienes a las consecuencias.

—¿Qué puedo esperar? No soy esclavo, sirvo en su casa como hombre libre.

—Tú tienes amores con María, en ella me vengaré de tus desdenes haciendo que te odie.

El ser entero del Mayoral se sobresaltó ante este anuncio. Aquella mujer, lo sabía, era capaz de todo. Recapacitando entonces, le dijo:

—Bien. Lo pensaré con calma. Esta misma tarde le resuelvo.

—Lo harás así, porque de otra manera mañana ya será tarde.

—A qué se refiere, señora. .

—Hay una noche de por medio. Yo puedo hacer que María no llegue virgen a tu boda.

—¿Sería capaz de hacerme tanto daño?

—Acepta ahora mismo y te verás libre de congojas.

—Ya vuelvo —dijo Hernando—, saliendo frenético de aquel lugar y maldiciendo en su alma tanta bajeza de aquella mujer tan linajuda.

A esa misma hora fue a verse con el viejo Santiago, a comunicarle el peligro que corría su hija, la amada nieta. Ambos decidieron entrevistarse en Tuxpan con el superior del convento, que lo era entonces Fr. Nicolás Díaz Barriga. De acuerdo los tres, resolvieron rescatar aquella misma tarde a María valiéndose de la autoridad civil, quien cancelé el servicio de la muchacha en la casa condal, una vez que tampoco era esclava y había severas leyes para la protección de los indios.

La rabia de la Condesa hizo tempestad en la finca. A calmarla vino una carta de México donde se le pedía su presencia inmediata para asuntos improrrogables, pero antes, para colmar su fastidio, tuvo que aceptar la renuncia de Hernando y la separación de María. La Condesa salió otro día a la capital, mientras los novios empezaron a tramitar su boda.

Han pasado los meses, tantos, que ya estaba a punto de llegar el primer retoño de la simpática pareja. La Condesa no daba trazas a regresar, las obras del puente se habían detenido y las cosas, en general, estaban en paz.

Inesperadamente vuelve la Condesa a Santa Catarina acompañada de familias capitalinas que venían en busca de descanso, encontrando tres cosas que ie contrariaron enormemente: el matrimonio de María y su adelantado embarazo; la suspensión de las obras del puente y el desorden y pérdidas en sus ganados. Valiéndose ahora ella de los religiosos, consiguió la Con. desa que Hernando volviera a su puesto de mayoral, pero guardando dentro de su perverso corazón el vil deseo de destruir la felicidad de aquel hogar, haciendo irreparables daños, si era preciso, en la criatura por llegar. Las obras del puente continuaron.

Era domingo, dentro de los días en que la Condesa y sus invitadas estaban de descanso en la Estancia, un domingo de tarde primaveral, fresca y tranquila. Estaba Hernando descansando de su trabajo y de visita con María en la casita de su suegro abuelo. Los dos y el viejo Santiago se habían arrimado a la orilla del río, muy cerca del sitio donde estaban levantando el puente; fresnos frondosos daban sombra. El murmullo del río adormecía con la brisa que escapaba de la riada; sobre el pasto estaban sentados los tres; el indio fumaba, Hernando y María se recreaban viendo pasar la corriente.

De pronto aves de mujer hicieron música del silencio; eran la Condesa y sus visitas que bajaban por el áspero sendero hacia el río en dirección del puente. Llegadas a él, la Condesa empezó a hablar de la obra, de su arquitectura, de su objetivo; en esto su mirada escrutadora descubrió a los tres personajes que tan directamente le tocaban en sus malsanos pensamientos; hizo un gesto de ira, pero con hipócrita alegría les hizo un saludo, los tres contestaron a él poniéndose de pie. Pensando en llegar a ellos, la Condesa se atrevió a dar unos pasos sobre la armazón del puente; viendo que el piso estaba seguro, se propuso pasar al otro lado invitando a sus amigas, pero éstas se abstuvieron de seguirla. Ella quería llegar, mirar de cerca a sus presuntas víctimas y se adelantó volviendo de vez en cuando la cara hacia sus amistades insinuándoles que la siguieran.

Una racha de viento agitó su amplia falda, ella siguió andando, pero el vestido se había encajado en un clavo saliente, ella se sintió detenida, trastabillando a la vez. Estaba precisamente en medio puente, sintió pavor, quiso apoyarse en un saliente de madera, éste no soporto el peso, se dobló, llevándose con una parte de la armazón de los pasantes a la Condesa quien cayó al fondo del río perdiéndose de momento entre las aguas.

Un grito de angustia resonó de ambas partes. Hernando que miró el peligro que corría su ama, sin pensarlo se arrojó al agua, aprisionó con un brazo a la aturdida Condesa y nadando corriente abajo, logró salir con ella hacia la orilla.

Todo había sido cuestión de instantes. Un remojón y el susto fueron los daños que sufrió la Condesa llevada en brazos por el garrido Hernando hasta un lugar conveniente, y los síntomas de parto adelantados por la impresión del accidente. Criados de la hacienda vinieron corriendo para llevarse a su patrona; criadas de la misma se llevaron a María a la casa de su padre abuelo, donde rato después daba luz una encantadora niña, toda parecida a ella, pero con los ojos y pelo de su padre. Todo, pues, después fue regocijo en la Estancia porque la Señora ya estaba bien; felicidad en la casita de Santiago por el feliz arribo de la bisnieta. Los secos brazos del anciano sentían ya el peso de su hija al mecerla cuando a la criatura le reclamara el sueño.

Otro día, lunes por la tarde, sucedió lo nunca esperado. Llevada por sus sirvientas, la señora Condesa se presentó en el humilde aposento de María. Ahí estaban el Mayoral y Santiago.

—Quiero hablar a solas con ella —dijo.

Los presentes hicieron una caravana y salieron, alejándose hasta la cerca de nopales. Ya solas, la Condesa dijo a María:

—¿Te asustaste mucho?

—No fue poco, Señora.

—Pero gracias a Dios y a tu esposo nada ocurrió, si no fue la prematura llegada de tu hija.

—Era la hora de Dios.

— ¿Me permites verla?. . . ¡Vaya, si es otra María!

—Eso dicen.

— ¿Me guardas rencor, María?

—Mejor callemos, Señora y ama mía.

—Yo puse los ojos en tu novio y quise hacerles mucho daño.

—El Señor nos ha enseñado a olvidar y a perdonar.

—Eres muy generosa, María. ¿Puedes concederme un gusto?

—La señora dirá.

—Quiero ser la madrina de tu hija, a quien le pondrán Antonio Francisca, como se llamaba mi madre.

Y un suspiró con lágrimas escaparon de aquella alma atormentada. María tomó una de sus manos, la llevó a sus labios, mojándola con su llanto enternecido.

—Hasta el día del bautismo, María, hasta ese día. Yo te haré llegar el roponcito —terminó la Condesa aún con gemidos reprimidos.

—Gracias, Señora. No cabe en mi pecho tanto honor.

—Calla, hija, poco es eso para reparar tanta culpa que llevo en el alma.

La Condesa salió porque ya no podía más. Una lección, la humilde lección de una india, la honradez de un amante esposo y la venganza del mismo que pudo dejarla morir, habían abierto la herida en ese corazón endurecido y fiero. . - Dios tocaba su alma.

Fuera la esperaba Hernando.

— ¿Quieres ayudarme a pasar?

—Vamos, Señora —fue toda la respuesta de Hernando.

Ya en el camino:

— ¿Nada tienes qué decirme?

La callada fue la respuesta.

—Eres todo un hombre, Hernando. ¿Dijiste algo a tu esposa?

—Ella lo adivinó desde antes de casarnos.

— ¿Me guardas rencor?

—Para usted, Señora ama, todo mi respeto.

—Gracias Hernando; y sepulta en tu pecho aquellas mis tristes debilidades.

—Las he sepultado en los ojos de mi María.

— ¿Mucho la amas?

—Menos que a Dios, pero más que a todo el mundo.

—Bendita mujer que el Señor te dio. ¿Sabes que María ha consentido en que yo sea la madrina de esa niña que les ha nacido?

—Los deseos de mi esposa son los míos.

—Gracias, Hernando. Dame tu mano. .. Siento escalofrío y.

—Olvídelo, Señora.

Ya ambos del otro lado.

—Gracias, Hernando, y hasta el día del bautismo. Que sea pronto porque yo tengo que marcharme.

—Cuando usted, Ama, lo disponga.

—El próximo jueves. ¿Está bien?

—Muy bien, si así lo dispone.

—Adiós, Hernando.

—Que Dios la acompañe, Señora.

La Condesa volvió la espalda. Hernando se quedó mirando a aquella mujer, cuya silueta se dibujaba en el sendero enmarcado por los matones cubiertos de flores. Era mujer, tenía cuerpo; hasta entonces el perfume que ella dejara incitó su carne. . . ¡Y pudo ser mía. . .! —Se dijo.
Y como si la tentación le embargara el alma, volvió rápido a repasar el puente, pero un grito de la Condesa le contuvo haciéndole volver el rostro.
. . –

— ¡Eh, Mayoral! —Cuando el puente esté terminado llevará el nombre de Puente del Mayoral.
La Condesa se hundió en la vuelta del camino; Hernando, dando un suspiro en que arrojó la tentación obstinada en aquel momento, como veneno que corroe la entraña, entonó -una canción y voló al jacal de don Santiago donde lo esperaban los labios pálidos pero húmedos y suaves de su hermosa María.

Barranca en Potrero Verde, La Soledad. La Peña de la Mula. Estas son las marcas que sitúan la presencia de un tesoro sepultado por los franceses a su paso por la orilla del desfiladero el 2 de septiembre de 1866. El dinero de varias mulas cargadas con monedas de oro y plata fueron sepultadas por el pagador del ejército en la premura por escapar del enfrenta miento con los chinacos de don José Ma. Alzati. Inútilmente se ha buscado. Su leyenda se la ofrecemos al lector.


“Puente Viejo” “Puente de Santa Catarina” “Puente del Mayoral”


LA PEÑA DE LA MULA

Leyenda
Fue el lo. de septiembre de 1866. Día memorable en la historia de la intervención francesa en el oriente michoacano. En tal fecha, el general Aymard salió de Zitácuaro rumbo a Tuxpan comandando la última columna de gavachos —apodo que en México se dio a los franceses— que abandonaban para siempre las hermosas tierras del Valle de Quensio que significa: “lugar de palomas”.

Dadas las órdenes por el Comando Supremo del Ejército Expedicionario, el Mariscal Lorencez Aymard había tomado el atajo que de Zitácuaro conducía a Jungapeo para evitarse encuentros con tropas republicanas por el camino Real, así, en Purúa cortó por el viejo camino de Calleja para pasar por La Soledad, llegar al puente de Santa Catarina y tomar el Camino Viejo por el Rincón de Sánchez. Para su desgracia, al pasar frente a Patámbaro, el guerrillero chinaco D. José Ma. Alzati lo esperaba al pie del cerro de La Tortuga con sus hombres para darle la despedida. Pronto se entabló el combate de un lado a otro de la barranca. Fusiles, metralla y cañones nublaron de humo el espacio. Los chinacos trataban de impedir el paso de los franceses; el nutrido fuego que aquellos hacían detuvo horas el convoy que con gran impedimenta conducía también una fuerte cantidad de dinero acumulado, que pensaban ilusionados sacar del país.

La refriega fue dura aunque no sangrienta. En medio de la confusión, por la sorpresa y la inquietud por alejarse de esos lugares, pues había prisa de llegar a Maravatío, donde tendría que unirse a otra columna, el general Aymard ordenó la batida en retirada mediante avanzadas que les cubrían el fuego. De esta manera el pagador del ejército Joseph Gautier, previendo un desastre o una huida que dañara lo que en 36 mulas conducía, o bien pensando avaramente en un mañana, sin consultarlo, hizo cavar un hoyo profundo al pie de una peña, que hoy es conocida con el nombre de Peña de la Mula, donde hizo depositar el tesoro encomendado a su cuidado; hecho esto, mientras atronaba el cielo con los nutridos disparos por ambas partes, trazó un croquis del lugar, dejó las mulas sueltas, y escapó ya casi a punto de ser acorralado por los valientes chinacos, que percatándose de sus maniobras, habían cruzado el barranco para apoderarse del -dinero. Una carga inesperada por parte de la retaguardia francesa los obligó a retroceder; fueron seguidos hasta el fondo del barranco; para escapar se vieron obligados a tomar el cauce del río en una distancia de dos a tres kilómetros; volvieron a treparse en la empinada cuesta para unirse a su compañía. El fuego siguió intenso, los franceses consumían pólvora y cartuchos en frenético desquite por la obstrucción del camino; de esta manera el capitán Alzati, a su vez, emprendió una retirada en orden a Patámbaro; por este lugar a Las Anonas, habiendo bajado hasta Jungapeo, de donde tomó el camino de Zitácuaro de donde envió al Gral. Vicente Riva Palacio su célebre mensaje anunciando la escapada del enemigo.

Los movimientos del ejército republicano, para hacer su gran concentración en la capital del país para celebrar su triunfo, obligaron a los testigos del entierro fabuloso de aquellos dineros a dejar, para un después, el volver a Potrero Verde y hacerse del tesoro, que jamás llegó. Pasaron meses y años, fueron muriendo uno a uno; el último en quedar, ya viejo y achacoso, regresó a Patámbaro sin revelar a nadie su secreto. Un día localizó el lugar, pero impotente para cavar, se concretó en gravar la peña los signos que se observan en el diseño que antecede a este relato. No pudo hacer más, pero en sus postreros días relató a sus hijos aquel hecho del lo. de septiembre de 1866. Camilo Coria, que así se llamaba el antiguo soldado, murió sin lograr disfrutar de aquel dinero. Sus hijos trataron de sacarlo, no dieron con él; otros muchos con los años trataron de hacer lo mismo sin obtener otra cosa que sudor y demasiada fatiga.

Setenta años después de los hechos referidos, vino a México un ciudadano francés trayendo en sus manos el croquis amarillento que situaba el preciso lugar del enterramiento, pero no pudo llegar a Tuxpan por haber sufrido un accidente de tránsito, viéndose obligado a regresar a su patria para encomendar a otro familiar el cuidado de sacar el dinero que el bisabuelo les había dejado en La Peña de la Mula, lugar que así dieron en llamarle al hablar de este tesoro. Nadie pudo venir más. Un suizo, don Carlos Bulher, obstinadamente puso muchos hombres a trabajar en tal sitio sin obtener otra cosa que disminuir peligrosamente su corto capital.

Y la leyenda de este tesoro sigue en pie hasta hoy día. Hombres y gru. pos de hombres se han presentado en la región, han hurgado con aparatos tratando de detectar el tesoro, sólo un comentario tienen: “Los aparatos marcan la presencia del dinero, pero está el Diablo en posesión de ese tesoro”, y se van.

El dinero sigue allí, dice un vecino del lugar, porque han equivocado el sitio. No falta quién haya consultado con la guija o en el medium espiritista; algún otro ha encomendado la suerte del tesoro a los gurúes y pedido que les sea cambiado el tesoro a sitios más accesibles. Potrero Verde en la Barranca de La Soledad es un profundo desliz, una grieta gigantesca abierta hace miles de años por un fenómeno telúrico de espantosas proporciones. Chaparrales, zirandas, guajes y tepeguajes cubren el sólido lugar, sin embargo, hacia el fondo, se forman exuberantes vegas donde hay siembras, platanares y otros cultivos.

Tres cosas evidentes quedan de un hecho histórico: La Peña Baleada con diez impactos de cañón al pie del cerro de La Tortuga; la Palma Baleada también tocada por balas de cañón en Los Mogotes, arriba de la Soledad, y las marcas bien definidas de una mula y dos signos como de fierros para marcar ganado. Además, muchos refieren, han visto arder con grandes flamas azuladas, han escuchado atronadores disparos y angustiosos gritos de batalla en las noches obscuras. Entonces aúllan los perros y lloran los cancinos coyotes. Es el Demonio; se persignan las mujeres, o brujos malintencionados que saben dónde está el tesoro y avaramente lo guardan para ellos. Un viejo solitario, un buscaminas ha dicho: “Yo ya sé dónde está ese inmenso tesoro: todo mundo escarba al pie de la peña, a sus lados, pero el dinero se encuentra a una distancia de ella, hacia arriba, es muy peligroso sacarlo, prefiero seguir viviendo pobre”.

LAS GRUTAS QUE PERTENECIAN A TUXPAN

LAS GRUTAS (PERTENECIAN A TUXPAN)

La localización de su entrada no se ubica dentro del municipio de Tuxpan, sino en el de Hidalgo, pero existen tres de ellas en el valle: en la cocina de la casa cural, en la casa de la familia Nateras Arteaga y en terrenos libres de la exhacienda de Santa Catarina.

Esta gruta, enorme, de muchos kilómetros, desde Huaniqueo tiene bifurcación hacia el norte hasta Irimbo; hacia el Sur hasta Púcuaro. Es obra de la naturaleza y de existencia milenaria. Su exploración ha alcanzado una distancia de no menos de medio kilómetro; su oquedad de negrura impresionante, diluye toda luz e impone miedo. Los pasillos de una sala a otra hay que caminarlos a rastras, ofreciendo bifurcaciones numerosas como dédalos, que es donde se ofrece el peligro e intimida. Las entradas citadas en el área de Tuxpan ofrecen cómodos caminos donde a la vez pueden caminar desahogadamente tres mulas cargadas, según la información que se obtuvo de gente que en servicio de la Condesa penetraron a esos antros. Nombres de los informantes fueron: Luciano Maya, Andrés Pérez, Fortino López, Sabás Mejía y Valente Beltrán.

Ya va para un siglo que esta caverna no ha sido transitada. Sus puertas han quedado cubiertas por la construcción, el escombro y el aluvión. Su redescubrimiento originaría una atracción turística incalculable, pues a su misterio leyéndico se aduna el camino discreto y solitario de una dama que gustaba de mostrarse aparecida en los sitios menos esperados. Religiosos del antiguo convento penetraron a esto que la tradición llama “túnel”, gracias a la muestra que de él hicieran ios indígenas que hablaban de prolongaciones muy distantes: Tuxpan a Ziráhuato, Ziráhuato a Zitácuaro, Zitácuatro, a México, leyenda de que se ocupa el Lic. Eduardo Ruiz en su libro “Tradiciones y Leyendas dé Michoacán.”

La Condesa de Miravalle

Informacion obtenida de la Monografia de Tuxpan

ESTAMPA DE UNA MUJER

a) EL CONDADO DE MIRAVALLE

“Don Carlos por la gracia de Dios, Rey de Castilla, de León, de Aragón, de las Cecilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mayorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdova, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algraves, de Algeciras, de Gibraltar, de las Islas Canarias, de las Indias Orientales y Occidentales, Islas y Tierra Firme del Mar Océano, Archiduque de Austria, Duque de Borgoña, Bravante y Milán, Conde de Habsburgo, de Flandes, Tirol y Barcelona, Señor de Vizcaya y de Molina, etc. Por cuanto teniendo atención á la calidad, méritos y servicios que concurren en vos Don Alonso Dávalos Bracamonte, Canciller Mayor del Tribunal de la Santa Cruzada de mi Reino de Nueva España. Por Decreto señalado de mi Real mano de treinta y uno de Octubre de este año, os he dado merced de Título de Conde de Miravalle, para vos y vuestros herederos y sucesores, relevándolos perpetuamente las Lanzas que debía de pagar vos y los dichos vuestros herederos y sucesores por razón de este Título y de la paga de la Media anata que debéis tan solamente por vuestra persona respecto de haber dado satisfacción ese dinero de contado, lo que uno y otro importa más servirme en esta conformidad, es mi voluntad que vos el dicho Don Alonso Dávalos Bracamonte y vuestros herederos y sucesores, cada uno en su tiempo perpetuamente, para siempre jamás, os podáis llamar é intitular, y os llaméis e intituléis, llamen é intitulen, y os hago é intitulo Conde de Miravalle

Es esta la parte inicial del documento expedido por el rey Carlos II de España en la ciudad de Madrid el 18 de diciembre de 1690, para crear el Condado de Miravalle, y no Carlos V ni ningún otro rey. (Texto tomado de “Historia de las Genealogías más antiguas de México”, escrita y recopilada por D. Ricardo Ortega y Pérez Gallardo.)

La dinastía se inició con el matrimonio que hizo D. Alonso Dávalos y Bracamonte con Doña Catalina de Espinosa Montero e Hijar el 18 de enero de 1671 — Libro 9, fojas 91, acta S-n. del Archivo de la Parroquia de la Asunción, Sagrario Metropolitano de la Catedral de México.

Dos documentos que gentilmente fueron enviados al autor por el actual Sr. Conde de Miravalle D. José Luís Pulido residente en la ciudad de Granada, España, tenedor con su esposa doña Carmen del título de referencia, podemos situar la autenticidad de este derecho nobiliario en la persona de nuestra Condesa de Tuxpan:

1. “El veintitrés de Noviembre de mil setecientos cincuenta y ocho. La Señora Doña Maria Catharina Davalos y Orozco, Condesa de Miravalle, gentero en la Real Caja de esta Corte Un Mil doscientos veinte y dos pesos un tomin y dos granos, que el Señor don Pedro Davalos su Padre causó al Real Tesoro de Media-anata por la sucesión en línea de este titulo de Conde de Miravalle (que obtuvo), da cantidad es la correspondiente á los setecientos cincuenta ducados, que según regla de esta Corte están estimados por las sucesiones en línea de los Títulos de Conde, ó Alarques, en que están incluidos ciento ochenta y seis pesos un tomin y un grano de su conducción a España al 8 por 1.00 y el billete de su regulación glosado queda en esta Contaduría de mi cargo . . . Y en certificado de lo cual y para que conste donde convenga doy la presente en México en dicho día, mes y año. Manuel Ruiz Jano. Rubricado”.

2. “Copia de Carta que escribí al Rey mi Señor y como se debe pedir. Señor. Por los documentos conque da cuenta a Vuestra Magestad el Virrey de esta Nueva España es constante recaer en mi el Titulo de Conde de Miravalle Por lo que humildemente suplico a Vuestra Magestad se digne conferirme la continuación de honores, y preeminencias, y de mandarme expedir carta de sucesión de Titulo, y Vinculo. Nuestro Señor Guarde la Catholica Persona de Vuestra Magestad muchos años. México Septiembre 24 de 1777. Justo Alonso Dávalos BracaTnont. Rubricado”.

Este D. Justo Dávalos Bracamont fue el hijo primogénito de la Señora Condesa Dolía María Magdalena Agripina Catalina Catarina Dávalos Orozco y Bracamonte, casada que fue con el Sr. Capitán D. Pedro Trebuesto Alvarado y Horcas ita. Dentro de este Condado la dinastía ha llegado hasta la XII Condesa cuyo retrato aparece en las páginas de esta monografía. La Condesa de Tuxpan fue en la dinastía la III; su señora madre, nacida en la hacienda de Santa Catarina, bautizada y casada en el mismo lugar, fue Doña Antonia Francisca de Orozco Castilla y Orendain Riyad ene yra. Murió como su hija en la misma hacienda y ambas fueron sepultadas en la Cripta Condal.


b) EL MAYORAZGO

Dos autores nos hablan en particular de esta costumbre de los tiempos modernos del dominio casi universal de España, la entrega del patrimonio familiar al hijo primogénito de la familia llamado Mayorazgo: D. Manuel Romero de Terreros en su libro “Las Antiguas Haciendas de México” y Guillermo Fernández de Reca en la suya intitulada “Mayorazgos de México”. Para reafirmar el conocimiento de este tema en relación con el Condado de Miravalle, hubimos de acudir al Archivo General de la Nación en su Ramo de Vínculos y Mayorazgos, tomos 83, 84, 85, 88 y 94.

Resumiendo el contenido de toda la información, concretamos: Entre los años de 1551 y 1557 Don Luís de Velasco concedió merced de Tierras a Doña Ana Macías y a D. Juan de Andrade su esposo, en terrenos de lo que hoy es Tlalnepantla. Allí fundaron su Estancia a la que llamaron hacienda de La Encarnación.

En 1563 vendieron la propiedad a los esposos D. José Alvarado y Argüello y Doña Teresa Ponce de León. Ellos, a su vez, se deshicieron de la propiedad en 1614. Por sucesivos traspasos la hacienda llegó a las manos de D. Alonso Dávalos de Bracamonte el 27 de agosto de 1692. Este primer Conde de Miravalle ya era dueño de las haciendas de San Juan y San José en Compostela, Nayarit, y de otras dos, San Juan de las Tablas y San Ildefonso en el Estado de México. Poseedores de tan vastos dominios y al nacer su primogénito don Pedro Dávalos Bracamonte Espinosa e Híjar, pensaron en la institución de un Mayorazgo. El tomo 88 de los citados contiene el documento de institución, que nosotros resumimos: “La Condesa Doña Catalina por sí y en nombre de Don Alonso Dávalos Bracamonte Primer Conde de Miravalle, su marido, usando de la facultad Real, que tuvieron para fundar un mayorazgo, dos o tres, Instituyó uno de 200 000 pesos sobre diferentes casas, haciendas, sitios, tierras y bienes, que en ello se expresan, llamando a la sucesión al dicho don Pedro Alonso, su hijo primogénito, a sus hijos legítimos, nietos, bisnietos y demás descendientes legítimos, y a falta de su línea a Don Alonso Alejo y a la suya y a falta de este a D. José Antonio y a su falta a Doña María Magdalena.

Don Pedro Alonso, como ya se dijo, hizo matrimonio con la rica heredera de la inmensa propiedad de D. Manuel de Orozco Tovar, padre de Doña Antonia Francisca. De esta manera el segundo Conde de Miravalle heredó dos clases de bienes, los del Mayorazgo y los libres de su esposa. A los bienes del mayorazgo estaba sumada la famosa Vara de alguacil de la Santa Cruzada, insignia nobiliaria que podía ser transferida y que tenía aparte de su gran valor numismático y honorífico, era estimado en una suma de cien mil pesos o más en oro, Vara que con el título adquirió el primer conde.

En el matrimonio del segundo Conde hubo un primogénito, pero murió “infante”. Entonces llegó María Magdalena Catharina, siendo mujer no tenía derecho a la herencia, pero había una flexibilidad en las leyes nobiliarias para hacer mediar los subterfugios. Ella se llamaba Catharina, mediante un juicio legal se le transfirió el nombre por el de Catalina, que por Real disposición, éste nombre no estaba excluido del derecho de heredad. Fue hecho el movimiento para que la futura Tercera Condesa heredara el mayorazgo, que había sido instituido el 6 de febrero de 1713, cuando la niña tenía 12 años.

Para 1805 el mayorazgo estaba en manos de uno de los nietos de la Condesa, D. Pedro Trebuesto y Moctezuma, casado con Doña María de las Angustias Casasola Zambrano y Chacón. En ellos, por profundos problemas matrimoniales se llegó a la separación; un litigio sonado quebrantó los bienes del mayorazgo, y aún la Vara de Alguacil Mayor de la Santa Cruzada.

Por el testamento de la Señora Condesa —que guardamos como reliquia histórica—, encontramos, declara ella bajo juramento en la Cláusula II diciendo: “Ittem: declaro, que sobre el derecho de sucesión á un Mayorazgo, que esta situado en Carmona de los Reynos de Castilla lo ha recuperado extrajudicialmente Don Diego Caro Galmo: Cuyos papeles han estado y existen entre los demás de la casa de dichos Condes de Miravalle, en esta de mi morada, es mi Voluntad, que en vista del reconocimiento de ellos, mis Alvaceas, en igual forma extrajudicial, hallando, que el dicho don Diego, y en representación suya sus herederos, tengan legítimo derecho se les entreguen, para el goce de dicha Subección, pagando primero y ante todas cosas la cantidad que se ha erogado, en los costos, y gastos para la consecución de dicho Mayorazgo: Declaro = lo referido, para que siempre conste y que se efectué lo por mi dispuesto”.

El mayorazgo bien administrado por la Condesa rindió enormes caudales de los que después de su muerte sirvieron para dar a su descendencia el bienestar de un tren de vida fabuloso.

La primera parte de este documento enviado de España al Autor, dice lo siguiente:

“Doña Maria Catharina Davalos, condesa de Miravalle en la mejor forma que haya lugar en derecho y. con las protestas legales parezco ante Vuestra Señoría Y digo que a mis derechos conviene que se me dé testimonio de estar en actual, quieta y pacifica posesión del Condado; mayorazgo y De- mas Bienes Libres por en fallecimiento de Don Pedro Davalos Bracamont mi Padre y respecto a que D. Justo Antonio de Arroyo Escribano Real tiene en su protocolo instrumento que califican esta notoriedad se a de servir Vuestra Señoría de mandar me den a continuazion de este escrito el testimonio que pido = A Vuestra Señoría suplico así lo provea y mande pido justicia pues en darme este escrito Les protesto lo necesario Vuestra Señoría entre venga — Mayorazgo y Bienes libres. La Condesa de Mira. valle. Rúbrica”.

Interim: Y por su Señoría Vista la dicha presentada mando vea que en todo por esta parte sean de proveydo el Escribano Real Don Eugenio Francisco Bermudez Pimentel Ysitomague conde de esta H. Corte. Yo Eugenio Francisco Berrnudez Pimentel. Rubricado. Francisco Javier Cerda Morán, Srio. “Rubricado.”

La XII Condesa de Miravalle, señora María del Carmen Enríquez del Mazo, Serrano y de la Sota.

Nota: Alguna de la Informacion pudiera estar mal escrita debido a que la fuente estaba en muy malas condiciones y tuvimos que adivinar palabras :)