martes, 9 de septiembre de 2008

Galeria de Fotos de Nuestro Tuxpan Antiguo



















































Leyenda del Señor de la Salud ("El Señor del Hospital")


EL SEÑOR DE LA SALUD.

Esta santa imagen venerada con tradición reiterada de generaciones, tuvo un piadoso origen y que desde su presencia en este lugar hizo patente su milagrosa obra de singular protección, obra suya que no ha muerto, pues lleva ya imperecederos cuatro siglos y medio en que ha venido compartiendo la vida humana y espiritual con el pueblo donde él ha querido permanecer.

Con sus yertos y entornados ojos ha visto pasar muchas generaciones; ha gozado y sufrido con nosotros. Bien puede contar sin lagunas la historia de este pueblo de Santiago Tuxpan, sus procesos, evoluciones, el rodar de los años y de la existencia intima de cada uno de nosotros y de cuantos antes que nosotros se postraron a sus plantas para llevarle tantos homenajes de veneración, tantas ofrendas como exvotos por sus milagros, tantas lagrimas por el dolor, tantas plegarias para implorar su protección, tantas alegrías por sus favores.

La Presencia de este Cristo Milagroso en Nuestro templo incrusta en la vida Católica del vecindario en tanto sonó en el Valle la Palabra Evangelio. Llego con el dolor de un pueblo que moría flagelado por la peste variolosa. No llego como escultura, sino estampado en colores sobre el muro del fondo de la modesta capilla de adobe que en 1535 mando construir a su paso por este lugar el conquistador D. Hernán Cortes, encargando la obra ampliada con hospital al cacique de Taximaroa Buenaventura “BICHA” quien, a su vez puso al encargo del trabajo al cacique de Tuxpan en ese entonces, Andres “CHUFINI”. Esta primitiva construcción estuvo en el antiguo pueblo indígena ubicado en la falda del cerro de “La Víbora”. En este lugar nació el santo Cristo con el nombre de El Señor de la Salud cuyo primer milagro fue detener la peste.

La Imagen del Crucificado.

En el Año de 1545, visitando pastoralmente al humilde poblado de paso para Zitacuaro don Vasco de Quiroga, se encontró con el doloroso cuadro de un pueblo nuevamente enfermo y descuidado, donde el hospital carecía de muchas cosas para aliviar los padecimientos de los indios.

En su celo apostólico determino mejorar este hospital, ordenando la ampliación del mismo bajo el reglamento de sus famosos estatutos hospitalarios, y careciendo como carecía de imágenes, ofreció mandar a su regreso a Tzintzuntzan do de ellas, de aquellas que él había enseñado a fabricar a los indios. Sus oportunas disposiciones mejoraron los servicios del hospital al que él llamo la Inmaculada Concepción.

A su debido tiempo llegaron dos imágenes, una del santo Cristo y otra de la Inmaculada Concepción, pero ya estas fueron colocadas en un hospital completamente remozado. El Santo Cristo siguió llamándose el Señor de la Salud. Había sido labrado en un tronco de madera de un árbol que se conocía con el nombre de Ayacuarano. Tal imagen, venerada desde un principio por sus patentes milagros, llego a este lugar en 1546, para entonces don Juan Velásquez de Slalazar primer colono de Tuxpan y a la vez encomendero de Taximaroa, habia hecho levantar en su Estancia de Santa Catarina, que había comprado a la noble india doña Inés Zatzintzi, una buena capilla para el servicio religiosos que ya oficiaban los religiosos franciscanos.

El Señor de la Salud paso a ocupar un sitio en esta capilla, mientras la pintura original siguió siendo también objeto de culto en el Hospital que había mandado mejor Don Vasco de Quiroga.

…Pasaron 52 años de la presencia de la bendita imagen del Señor de la Salud en la capilla de Santa Catarina. En 1598, al nacer el nuevo pueblo, el de hoy, surgió otra capilla en él con su correspondiente hospital frente al Jardín del lugar, lado sur. Esta capilla fue utilizada como templo parroquial en tanto eran fabricados el convento y la Iglesia Actual. A este lugar fueron traídas las imágenes del Santo Cristo y de la Inmaculada Concepción. A este hospital dio en llamársele de la Santaveracruz u Hospital de los Indios.

La veneración ahora del Señor de la Salud tomo auges insospechados motivos los grandes milagros por él obrados, dándosele un culto muy solemne. Varios obispos oficiaron y confirmaron en esta capilla por haber sido entonces la sede parroquial

El convento fue terminado en 1606, el templo hasta 1709. En tanto la capilla del Señor de la Salud siguió utilizándose como templo parroquial donde el Señor de la Salud seguía recibiendo la veneración cada día mas solemne y estruendosa, pues su obra milagrera había corrido fama hasta por regiones muy retiradas de Tuxpan. Las romerías eran constantes por parte de la raza indígena.

Nadie sospechaba cuanto iba a acontecer con esta divina imagen, aunque se veía con tristeza como la acción del tiempo la iba destruyendo a pesar de que el ayacueramo es una madera resistente y no tolera la presencia de la polilla o de cualquier otro insecto destructor



El Supremo Milagro

La fabricación del templo había sido terminada en el año de 1709. El hospital de la Inmaculada Concepción seguía ofrendo sus servicios aunque ya menos eficaces. Allí, arrinconado como cosa inútil se encontraba la imagen del Señor de la Salud. El tiempo lo había deteriorado y sus presencia ya no inspiraba aquella devoción que durante un espacio de 285 años se le había tenido.

Sin embargo no pocos devotos insistían con el señor cura de entonces, el Bachiller José Ma. Pareda y Dezimovilla para que se mandara restaurar la bendita imagen por considerarse reliquia sagrada y que fuera reanudado su culto con todo el esplendor antiguo. El párroco, bien por deficiencias económicas, bien por la espera de una mañana, pero en realidad con la sana intención de mandar esculpir otra imagen semejante a la envidia por don Vasco de Quiroga, dejo pasar el tiempo, años, dando variadas escuezas a los solicitantes.

Así llego el año de 1834. Era celebrada en el pueblo la feria del Carnaval. El martes, 13 de febrero de este año, el señor cura Dezimovilla, sintiéndose enfermo con anterioridad había renunciado a la parroquia y en tal día la estaba entregando a su sucesor, el señor cura Bachiller D. José Ma. Gómez. Ambos habían visitado la capilla y el hospital como parte de la entrega ese día por la mañana, habiendo quedado de acuerdo ambos que la imagen del Señor de la Salud fuera definitivamente retirada del culto, por lo que dispusieron que fuera quemada para utilizar sus cenizas en la imposición de éstas otro día, miércoles 14 de febrero, primer día de Cuaresma.

Secretamente en ese mismo día y para no crearse problemas ni molestas protestas por parte del vecindario, mandaron al sacristán a que quemara la bendita imagen. Ambos sacerdotes y otros que a la sazón se encontraban en el lugar, unos de paso y otros de visita mas el Vicario, hacían la sobremesa después de la comida del medio día cuando llego el sacristán todo azorado, vivamente emocionado con la milagrosa noticia: El Señor de la Salud, arrumbado entre cosas viejas que iba a ser quemado, estaba, por obra de milagro, totalmente restaurado, tal como había salido de las manos de los indios que lo esculpieron.

Todos fueron a confirmar el hecho, encontrándose con el prodigio el Señor de la Salud no había querido desaparecer de Tuxpan ni dejar de ser objeto de ese culto vivo y solemne de que hasta entontes había sido el caro regalo de un santo prelado, no solo en su capilla el hospital, sino en todos los hogares de la parroquia.

El traslado

La conmoción ante el divino milagro hizo caer de rodillas a los presentes, bañados en llanto. Ardor de fe y reconocimiento quemaron sus corazones. Dios estaba allí, milagroso, con todo el portento de su poder divino, con toda la plenitud de su manifiesta voluntad que impidió el desacato. Había llegado Tuxpan en tiempo de dolor, pero no quiso soportar el de ser destruido inconsiderablemente.

En aquella hora, las tres y media de la tarde, se ordeno un repique a vuelo. El vecindario, curioso y alamar do, acudió a la Iglesia. Allí fueron todos informados del grande e insólito milagro, volcándose todo el hospital. El pueblo casi quedo solo al cundir la noticia y el clamor de la alabanza y el llanto contagioso escapado sin sentir hasta en los corazones mas duros, se unieron al sonar interminable de las campañas.

Se dispuso el traslado de la divina imagen hacia el templo, fue organizada solemne procesión con velas encendidas, ramos de flores y ramajes, música y cohetes y plegarias. El señor cura Gómez debía esperar en la puerta mayor de la Iglesia revestido con capa pluvial, asistido por acólitos con cireales, incienso y agua bendita. El organista estaba preparado para recibir al Señor de la Salud con melodías religiosas adecuadas. La procesión fue solemnísima, paciente, tarda. Mucha gente iba de rodillas. Así llegaron al templo. El señor cura Gómez tenia entre sus manos la custodia con el Santísimo, bajo palio.

Con semejantes honores, con unciosa solemnidad, conmoción y llanto mezclado con gritos, plegarias, cantos, alabanzas, llego el Señor a la Iglesia para ser colocado en el camarín, sitio que hasta entonces estaba ocupado por el Señor Santiago, el patrono de la parroquia.

Hubo Rosario solemne con exposición del Santísimo y bendición al final. En su sermón, el señor cura de Pereda y Dezimovilla con llanto en los ojos confeso ante el pueblo lo que él llamo gran pecado: “Yo, hijos míos, lo había mandado quemar para imponer mañana la ceniza”.

La Festividad

Seis días después de los hechos ocurridos, el 19 de febrero de 1834, el señor cura D. José Ma. Gómez hizo llegar a Valladolid, ya Morelia, una petición al Ilmo. Señor Obispo D. Juan Cayetano de Portugal, para que concediera permiso de una celebración anual, solemne función religiosa con misa de rito mayor, homilía y exposición del Santísimo con bendición durante el Rosario vespertino, cada Martes de Carnaval.

La respuesta no se hizo esperar, pues el prodigio había tenido difusión y alcances insospechables, así el 3 de marzo del mismo año de 1834 Monseñor Portugal concedió todos los permisos en forma provisional, otorgando el derecho a ganar 200 días de indulgencia a cuentas personas en cualquier día y hora visitaran al Señor de la Salud, debiéndose, además, exponer al Santísimo durante tres días consecutivos en su festividad: domingo, lunes y martes.

Dos años después, el 08 de marzo de 1836, el señor Portugal hizo una visita a la parroquia y conmovido ante la presencia milagrosa de aquel Cristo que él había visto tan destruido en su visita de octubre de 1833 y por lo que había reprendido al señor cura Dezimovilla por no atender las peticiones de quienes solicitaban la restauración de la destruida imagen.

Así, pues, el 08 de marzo de 1836 dejo asentado en el libro de Providencias numero 2 del archivo parroquial de Santiago Tuxpan, que la fiesta del Señor del Hospital, desde entonces llamado así por el mismo prelado, quedara establecida para siempre cada Martes de Carnaval, Aniversario del prodigio, festividad que tendría los mismos ritos que él había concedido en forma provisional.

El Culto

No hay ponderación, esa fue a realidad. El culto al Señor del Hospital nación de un milagro sin precedente. Allí estaba, yerto y sangrante, obrando prodigios a millares, según los exvotos que año con año cubrían su cendal

La devoción al Señor del Hospital se extendió por toda la marca y lejos de ella, sobre todo entre la razón indígena, que año con año en verdaderas caravanas acudían a su fiesta trayéndole su música, sus alabanzas y sus danzas enriquecidas con multitud de ofrendas. Siempre llegaban la víspera, porque en tal día la santa imagen era bajada del camarín para ser bañada. Los naturales recogían el agua de ese baño en aforas o botellas para llevársela como medicina, enjutaban el cuerpo con algodones para hacer con ellos reliquias que siempre llevaban colgadas al cuello. No faltaba cada año una mujer que cediera su cabellera, en un acto de promesa, para cubrir la cabeza del Señor.

Como en Araro y Chalma, Tuxpan tuvo resonancia por la maravilla de su Cristo. Sus fiestas, año con año, eran faustuosos acontecimientos, fue integrada una Cofradía del Señor del Hospital que tuvo algunos bienes para su culto. El Ilmo. señor Arzobispo D. Ignacio Arciga, enriqueció esta cofradía otorgándole el derecho de ganar a sus socios y todos los fieles, otros 80 días de indulgencia al visitar la bendita imagen a la que se le debia de rezar un Padre nuestro y una Ave Maria.

Ceras, limosnas y flores hacían mas impresionante el desfile de los romeros. Cada martes del año se le oficiaba una misa. La fiesta del Carnaval en Tuxpan, ya en su origen tradicional desde los tiempos de la Colonia, tomo su cauce como Feria Anual, pues el concurso de los remeros era tan numeroso, que la necesidad del comercio atrajo vendedores de todo genero, a ellos siguieron los atractivos y la fiesta del Carnaval quedo para siempre establecida en forma civil.

Las leyes de Reforma, a partir de 1862, prohibieron en México el culto externo o publico. Los romeros que acudían a venerar al Señor del Hospital emperlaron a sufrir represiones, de allí partió cierto enfriamiento hasta terminar con la ausencia de peregrinos, muriendo así la gran solemnidad del Día del Señor del Hospital.

Milagros del Señor de la Salud

En 1546 cundió por toda la Nueva Espala un mal extraño, una peste devastadora que asolo a los habitantes del país, habiendo muerto mas de dos millones de personas, especialmente indígenas. Tuxpan, ya con su nuevo Cristo del Señor de la Salud, fue clamado y sacado en procesión por las calles del viejo pueblo. El Señor tuvo piedad de su pueblo, pues dentro de él y sus alrededores nadie murió, toda una manifestación singular de su primer milagro como imagen. A esta espantosa epidemia se le llamo por los indios Matlazehuatl.

En 1577 reincidió por tercera vez la tremenda peste de la viruela, que desde 1535 y en una segunda ocasión se llevo a mas de tres millones de indígenas. Durante los tres meses que duro la peste los habitantes de Tuxpan sacaban al Señor de la Salud en procesión por las calles y campos, haciéndole ofrendas de penitencia y cantando salmos y alabanzas. Nuevamente el prodigio quedo palpable, pues aunque hubo muchos enfermos, nadie murió.

En 1606 aparecieron a la vez dos grandes epidemias mortales: la del famoso Cocoliztli (tifo) que dejo los pueblos de indígenas casi vacíos; y una enfermedad desconocida que acabo con toda clase de animales domésticos. Para contener ambos males, los feligreses de Tuxpan acudieron, como otras veces, al Señor de la Salud con el clamor dolorido de almas angustiadas. Respondiendo el Señor a tan fervientes suplicas, solo permitió que contadas victimas entre personas y animales muriera de estas pestes.

En 1785, por interminable seguía de dos o tres años, toda la Mesa Central de la nueva España se vio asedada por una hambre terrible a la que se le llamo “El Hambre Gorda”, por haber durado tres años durante los cuales hizo millares y mas millares de victimas. Gobernaba la Diócesis de Valladolid el Ilmo. Sr. Obispo Fr. Antonio de San Miguel quien con heroico celo de caridad recorrió todo el obispado para llevar consuelo y alimento. El Señor de la Salud, honrado y clamado con fervor, fe y confianza, no permitió que en Tuxpan escasearan los alimentos y si alentado la caridad de sus habitantes para tender la mano en auxilio de los necesitados en otros lugares comarcanos. Al final del “Hambre Gorda” se vino la viruela y nuevamente el Señor de la Salud protegió a su pueblo donde solo hubo enfermos, pero no mortandad…

En el silencio de su abandono, ya como imagen inútil, en el mes de Agosto de 1833 azoto a la Nueva Espala la terrible peste del Cólera Morbos, enfermedad espantosa que en un solo día en todo el oriente de Michoacán se llevo a mil quinientas personas. En la parroquia de Tuxpan, todos del rancho y entre los meses de agosto a diciembre de ese año perecieron 125 personas, en el pueblo únicamente hubo afectados para la enfermedad. Todo un portento sin pedirlo, sin clamarlo en forma solemne, únicamente implorado por los devotos que quedaban del Señor de la Salud. Como si este prodigio fuera un reclamo del Señor por el olvido en que ya casi se le tenia, se apresuro a hacer su propia restauración para que los corazones se inflaran en un santo amor y nueva fervorosa veneración, pues durante los meses de enero y febrero de 1834 el cólera se recrudeció causando mayor mortandad en toda la nación. Los fieles de Tuxpan, ardientes de fe por el reciente milagro del Martes de Carnaval, se volcaron en ruegos y plegarias al Señor del Hospital y la divina imagen obro el singular portento de que en toda la parroquia solo una niña y un niño enfermaran y muriera, asegurándose que no fue precisamente el cólera quien les ocasiono la muerte.

Durante la Semana Santa del año de 1866, ya en agonía la intervención francesa, merodeaba por la región el famoso guerrillero conservador Jesús García, apodado “El Ranchero”, hombre cruel, nefasto, ladrón, asesino cuya gente que militaba a sus ordenes entraba a los pueblos a saquear, incendiar y violar mujeres. Tantos temores corrían tan solo al tener noticia de que se acercaba a un lugar, que la gente, amedrentada, abandonaba sus hogares para refugiarse en algún lugar seguro, particularmente las mujeres, que eran el mayor objeto de la codicia de los asaltantes.

El Viernes Santo de tal año se encaminaba la procesión del Via Cursis o Tres Caídas, por la calle de la Amargura, hoy Guerrero, hacia la capilla del Calvario que se levantaba al final de la calle en terrenos de lo que fue la Huerta Grande.

Acababan de llegar cuando alguien trajo la noticia de que “El Ranchero” con sus fieras de soldados estaba entrando al pueblo por el Puente Pueblito. La alarma cundió provocando un espanto general que motivo el movimiento de una violenta escapada como ovejas al pastor. El señor cura D. Domingo Rojas que ya estaba en un improvisado pulpito para pronunciar el sermón de las Siete Palabras, como voz estruendosa detuvo al pueblo diciendo: ¿A dónde vais, hijos míos?, Un hombre malvado se acerca, ya esta sobre nosotros, viene a interrumpir nuestro recogimiento y nos amenaza con la muerte, el robo y el deshonor de vuestras mujeres e hijas, pero … ¿acaso habéis olvidado que estamos en presencia de Jesús Crucificado, de esta bendita imagen, santa y milagrosa del Señor del Hospital (era sacado entonces en esta procesión dolorosa) que nos protege y ampara con sus brazos abiertos en la cruz? ¡Deteneos y postraros a sus divinas plantas!

Y como si todos hubiesen concebido el mismo pensamiento, al postrarse de rodillas, vibrante, sonoro, desgarrador, imprecato, resonó un canto:

Jesucristo, aplaca tú tu ira,
tu justicia y tu rigor,
y por tu preciosa sangre
¡Misericordia, Señor!

El Señor del Hospital dio la inmediata respuesta: “El Ranchero” hizo alto en el Jardin local, sintió algo desusado en el como después lo platicaba y dando vuelta a su caballo ordeno a soldados que lo siguieran para salir pacíficamente del pueblo por el mismo lugar por donde habían entrado.

En ese mismo instante, una niña vestida de ángel que iba sobre las andas ofreciendo al Señor un cáliz, vio y también el señor cura Rojas y cuantas personas estaban cerca de la imagen, como de la raíz del pelo de la frente del Señor de deslizaba una gota fresca de sangre, resbalando hasta detenerse casi en la punta de la nariz.

Un hecho portentoso que fue perfectamente certificado por todos los presentes y cuya relación fue conservada y referida por la niña, ya hecha mujer. La divina imagen, hace pocos años, fue mandada retocar, perdiéndose toda originalidad de ambos milagros, su restauración del Martes de Carnaval y la gota de sangre aquel Viernes Santo de 1866.

Otros milagros, incontables, íntimos y muy personales, se refieren a cientos por generaciones, por todos han quedado en el silencio de las almas y en la continuidad de una devoción que tiene de nuevamente a acrecentarse.